Mi capacidad lógica no está demasiado enfocada a formular teorías, pero desde hace un tiempo defiendo con bastante entusiasmo una conjetura hasta hoy innegable. Tengo pleno convencimiento en que el éxito que alberga un restaurante ubicado en un recóndito lugar, prácticamente aislado y con un acceso algo enrevesado no puede ser otro que su buen hacer.
Sí, ya sé que puede parecer algo obvio, incluso absurdo, y seguramente me desmontarán la hipótesis en un tris, pero entretanto seguiré creyendo en ello.
Mi discurso, incoherente o no, me viene al dedillo para hablar de un lugar al que volvería mil veces, fuera cual fuese su remoto emplazamiento. Ese lugar no es otro que Güeyu Mar, un «humilde» asador en el que se cumplen las dos máximas que mayor placer pueden dar a un comensal: una materia prima excelente y un trato exquisito, tanto hacia el producto como al visitante.
Al frente de éste entrañable lugar está Abel Álvarez, un maestro en la parrilla, además de cordial anfitrión, el cual se ha sublevado a los patrones establecidos para defender su propio método.
Sin poner en entredicho a las grandes parrillas del país, ni mucho menos, la técnica de Abel consigue emocionar con una inverosimilitud portentosa, convirtiendo Güeyu Mar en uno de los restaurantes más deseados.
En su arte la transparencia es casi absoluta, salvo por el secreto que alberga el agua con la que rocía el pescado. Por lo demás, una amena charla y la parrilla que preside la entrada al restaurante evidencian el resto.
Sólo cocina pescados grandes, y siempre abiertos o cortados en rodajas, su seña diferenciadora. Y no pregunten por los tiempos, el instinto y una holgada experiencia son su única guía.
Los resultados no dejan impasible.
En mi primera visita mi fijación era probar el Rey, pero el resto lo dejé en manos de la recomendación.
Con sólo saborear el soberbio salpicón de bogavante ya tuve ganas de vitorearles. Nunca comí nada igual.
La honradez del buen producto se materializa en un excelso tataki de bonita. Su aspecto habla por sí mismo.
Y el colofón esperado, un Rey del que Abel tuvo la amabilidad de separar diferentes trozos tras comentarle en la petición de reserva mi intención.
Por más halagos que se le hayan atribuido tanto al pescado como a su elaboración nada igual como degustarlo. Absolutamente divino.
Para el postre, de nuevo una grata recomendación, las tartas de queso que elabora Luisa, la esposa de Abel. Me decanto por la de Gamoneu y el acierto es pleno. Fantástica textura y puro sabor.
Poco que añadir a lo dicho, más que me rindo ante una aparente sencillez que alberga las cuotas más altas de sinceridad que pueden manifestarse en una cocina.
Si a ello le sumamos el buen servicio y el bonito enclave, la fórmula es infalible. Un absoluto imprescindible al que no veo la hora de volver.
Restaurante Güeyu Mar
Playa de Vega, 84. 33560 Ribadesella (Asturias)
Tel. 985860863
www.gueyumar.es